No me gusta demasiado propagar mi
punto de vista más allá de círculos razonables y prefiero utilizar espacios
abiertos pero no demasiado concurridos. No aspiro a liderar audiencias ni a
sumar “visitas” a mi blog. Solo me siento obligado a participar en este debate
sobre el asunto sindical que ocupa estos días la atención de compañer@s y
amig@s. Para mi es una obligación moral escribir estas frases, quizá un tanto
desordenadas, pero que quieren añadir algo de propuesta a los meros
diagnósticos. Yo también creo que hay cierto ensimismamiento, aunque no
comparto del todo las “culpas” o las “críticas” que se expresan, creo que con
cierta injusticia. Sí que es verdad que los sindicatos se parecen demasiado a
esos personajes ciclotímicos de las películas de algunos autores de culto.
Mi punto de vista es el de un
actor neutral entre las organizaciones sindicales de clase, pero que se ha
implicado con cierto activismo en la defensa de la acción sindical. Nunca he militado en ninguna organización
confederal interna, aunque alguna vez –hace ya años- he participado, de forma
simbólica, en listas electorales. En los últimos lustros, mi función arbitral
en las elecciones me ha exigido mantenerme al margen de la vida cotidiana de
cualquiera de las tres centrales más representativas que hay en Galicia. Sin
embargo he colaborado con todas ellas, he participado en muchas de sus
actividades y mantengo lazos amistosos con personas que militan en cualquiera
de las tres. Creo que conozco razonablemente su funcionamiento interno, sus
preocupaciones, sus desajustes, sus fortalezas y sus debilidades. También, el
trance por el que están pasando.
Por tanto, que se me permita expresar
la idea central desde el principio: la crisis indudable que padecen está más
producida por factores exógenos que endógenos y no se manifiesta en todas las
afirmaciones que se expresan. Sí en algunas, desde luego. No es una crisis de
liderazgo, tampoco de democracia interna, ni desde luego de falta de
perspectiva. Hay gran cansancio, eso sí, después de un importante desgaste a
partir de la crisis económica y la respuesta del poder público a la misma. Hay,
desde luego, episodios y conductas muy censurables que, por desgracia, se han
generalizado en ciertos espacios. Y, por supuesto, deben ponerse en marcha
ciertas iniciativas de cambio, estratégicas, políticas y normativas.
A partir de lo cual, habría que
entrelazar reflexiones, desmentidos y propuestas. Es algo injusto imputar
excesiva burocracia en los tiempos que corren. Más bien, se ha producido un
desmantelamiento de gran parte de las estructuras organizativas por problemas
financieros bien conocidos. No solo derivados de la objetiva situación
económica, sino también del linchamiento político que han padecido. La merma de
sus ingresos a través de subvenciones directas e indirectas, la disminución del
pago por servicios objetivos que prestan, el recorte de las funciones que les
encomiendan los poderes públicos…Es un sarcasmo que primero se provoque la asfixia
económica y luego se critique el amparo de los sindicatos en las normas que
ellos mismos combaten –en particular, las de despidos colectivos-. Pero el
resultado objetivo es un sindicato adelgazado, en el que sus empleados pierden
sus puestos de trabajo en condiciones más o menos duras y que, por supuesto,
tiene menor capacidad operativa para prestar servicios a la clase trabajadora. Claro
que todo esto tiene su lado positivo: una de las grandes difamaciones clásicas
consiste en afirmar que los sindicatos son organizaciones cuyo sostenimiento es
casi en exclusiva público. Ya antes de la crisis eso era una gran mentira, pero
ahora habría que poner de manifiesto que se sostienen mayoritariamente a partir
de las cuotas de sus afiliados. Es verdad que la afiliación se encoge, al
compás de lo que sucede en toda Europa –por cierto, en porcentajes menores,
todo sea dicho-. Con todo, si la estructura organizativa genera servicios,
habría que preguntarse cuáles deberían dejar de prestarse. Porque, si han de
servir a colectivos más amplios, la burocracia es necesaria. También es
frecuente la crítica de ese adelgazamiento en términos de que no se han
disminuido ciertos ingresos de los líderes sindicales. Sin restar toda la razón
a este comentario, habría que añadir que gran parte de los ingresos atípicos de
las organizaciones sindicales son finalistas.
Yo comparto la querencia por un
modelo de sindicato fuerte y centralizado, que evite "atomizaciones" que lo debilitan. Por eso defiendo la necesidad de cierto grado de burocracia que,
desde luego, no es incompatible con la eficacia de su actuación en el rank and file. Todo lo contrario. Pero
para eso es necesario cultivar y defender las estructuras descentralizadas.
El tema de las estructuras
descentralizadas es, sin duda, uno de los debates más interesantes y resulta
muy difícil sintetizar en pocas palabras muchas cuestiones. Claro que la
pequeña empresa está desamparada. Claro que es difícil la acción sindical en la
empresa –aunque hay evidentes signos de adaptación, pese a los palos en las
ruedas que pusieron los legisladores del PSOE y del PP con esas comisiones específicas
de representantes sumisos que inventó la reforma de 2010-. Claro que el aparato
tiene que adaptarse. Pero quiero creer que la adaptación no implica desmontar
las estructuras federales sectoriales o multisectoriales (¿o hay que abandonar
la apuesta estratégica por la acción sindical sectorial?) La presencia sindical
en la empresa tiene más complicaciones hoy en día, entre otros motivos porque se
enfrenta a una empresa envalentonada y que juega un partido en un campo muy
inclinado a su favor. No solo por la acción o inacción del legislador, sino
también por la actuación de unos tribunales tradicionalmente muy adversos. Solo
últimamente el Tribunal Supremo comienza a enmendarse con una doctrina más
abierta hacia el nombramiento de delegados sindicales. Con todo, puestos a
proponer, habría que plantear ciertas reformas legales muy necesarias, sobre
todo en el Tít. II ET que consistirían básicamente en: 1) votación universal en
todos los centros de trabajo con independencia del número de trabajadores de
cada uno de ellos, de tal modo que se elegirían representantes multi-empresa en
las pequeñas organizaciones productivas; 2) cómputo de la representatividad por
número de votos, no por número de representantes; 3) consiguiente
desvinculación de la condición de representante electo y trabajador en las empresas
de menos de 50 trabajadores; 4) eliminación del difuso concepto “centro de
trabajo” a efectos electorales; 5) atribución de un representante en dichas
pequeñas empresas por cada diez votantes.
Luego, en torno a la afiliación,
habría que hablar con menos complejos de las cláusulas de seguridad sindical.
Cuando el Tribunal de Luxemburgo ha puesto de manifiesto que no son siempre
inadmisibles, ¿no habría que revisar nuestra LOLS tal alérgica a ellas? Es un
campo de trabajo interesante, en el que otros sistemas de relaciones laborales
aparentemente más virtuosos que el nuestro para la Comisión Europea –léase, el
elegante Reino de Dinamarca- parece que tienen menos problemas. Si no son
necesariamente contrarias al art. 11 del Convenio de Roma, estas cláusulas de
incentivo de la afiliación, ¿son siempre contrarias a la regla “Fraga Iribarne”
del art. 28.2 de la Constitución de la afiliación negativa?
Ya sé que estas propuestas son
muy ingenuas en el contexto actual. Pero, por favor, que nadie diga que nuestro
sistema es en la actualidad “trade unions
friendly”. Es muy mal encarado con los sindicatos. Pero, en cuanto en tanto
sean propuestas ilusas, la adaptación a la empresa solo puede producirse con un
gran esfuerzo militante y con un intenso trabajo en las unidades electorales.
Claro que florecen candidaturas corporativas, “independientes” e incluso sucede
aisladamente que los candidatos de los sindicatos de clase concluyen yellow dog contracts con la empresa a
cambio de migajas de representatividad. Por supuesto que hay conductas
criticables en las elecciones e incluso elecciones que solo se producen en las
actas electorales. Pero nunca un proceso fue tan importante como el actual. Hay
que pelear palmo a palmo por cada espacio de representación. Y el adversario no
es la organización de clase concurrente, está en otro sitio.
En cuanto a la huelga, mi
percepción es de cierto rebrote de la conflictividad en el centro de trabajo,
en una tradición como la nuestra, desde luego, en la que el número de horas
perdidas por huelga ha sido relativamente bajo. Este rebrote, sin embargo,
viene de la mano de una fortísima réplica en términos de acciones penales, pero
también de acciones de ilegalidad. Nunca la empresa tuvo tanta pasión por
obtener declaraciones judiciales de huelga ilegal. Hay, claramente, un
redimensionamiento de la acción colectiva desde los ámbitos más generales a los
más particulares. Pero, ¿no es esto razonable, al menos en parte?
Podría seguir mucho más, pero hay
que terminar. Por si alguien continuara leyendo: no me parece que la diferencia
entre trabajadores del sector público y privado desaparezca, creo que más bien
avanzará en el futuro, porque es esperable que sólo en aquél la afiliación se
mantendrá en unos índices más o menos razonables. Basta con ver qué ha sucedido
en los marcos más liberales de relaciones laborales. Y tampoco me parece que se
esté desatendiendo a los atípicos. No creo que sea bueno aceptar ese discurso
de que solo se defiende a los insiders.
Cosa distinta es que resulta más difícil proteger a los precarios, por todas
las circunstancias que los rodean. O a los autónomos, ¿qué va a pasar cuando,
como cabe esperar, el Tribunal de Luxemburgo declare contrarios a la
competencia los acuerdos de TRADES?¿Tendrán también la culpa los sindicatos?
Claramente, la dualidad se corrige manteniendo los derechos de los fijos.
Porque afectar éstos es el preludio inmediato de nuevas reglas que pisotean más
a los atípicos. Esa es nuestra historia, muy claro.
Entretanto, el sujeto sindical no
está desaparecido. Solo se está lamiendo las heridas, un poco desconcertado.
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