No es razonable la diferencia tan inmensa que
existe en el análisis de la situación del mercado de trabajo que hacen unos y
otros, en función de las siglas políticas a las que se adscriban. Podría
concluirse que falta objetividad por ambas partes. Que unos quieren exagerar
una realidad de tenue recuperación del empleo y otros despreciar unos evidentes
signos de mejora, por discretos que éstos sean. Desde luego que no quiero
erigirme en juez de una disputa en la que se me achacará parcialidad. Con todo,
detrás de las opiniones hay una realidad tozuda que puede sintetizarse en
cuatro afirmaciones básicas: 1) se está creando empleo a un ritmo discreto,
pero empleo de muy baja calidad. 2) Decrece el desempleo por motivos más
importantes que la propia creación de empleo. 3) Se incrementa la pobreza de la
población activa y demandante de empleo. Y 4) se vuelve a poner de manifiesto
que las reformas estructurales del mercado de trabajo tienen muy poco que ver
con la mejora de la coyuntura laboral.
Que se crea empleo es una realidad estadística
irrefutable. Hacia noviembre 2014 ha aumentado claramente el número de
contratos formalizados y también el número de personas ocupadas. En particular,
este último se ha situado próximo a las cifras absolutas anteriores a 2008.
Aunque no se ha alcanzado el dinamismo tan grande que existió en el cuatrienio
2004-2008, también es verdad que la tasa de crecimiento ha sido mucho menor.
Estos datos, desnudos de otros complementarios, justificarían cierto grado de
optimismo, dentro de la prudencia necesaria debida al tan elevado número de
desempleados que aparece en todas las estadísticas. Sucede, sin embargo, que
hay elementos mucho más negativos e igualmente irrefutables. Por ejemplo, la
malísima correlación entre contratos indefinidos y temporales, que nos
retrotrae a la realidad de los primeros años de la década pasada. Es curioso
comprobar que los indefinidos sufrieron un breve repunte a mediados de 2012,
sin duda a causa de ese engendro de contrato de apoyo a emprendedores –por
cierto, contrario a la Carta Social Europea, de acuerdo con la doctrina de su órgano de aplicación- y que no han
vuelto a incrementarse hasta el segundo semestre de 2014, en una tendencia que
está por ver si se consolida y que se muestra como muy tenue.
En esta dialéctica entre contratos indefinidos y
temporales ha emergido con fuerza el trabajo a tiempo parcial, que ahora
constituye casi el 40 por 100 del total de la contratación. Podría pensarse que
esta evolución es buena, pues sitúa el porcentaje de contratos a tiempo parcial
en unos niveles próximos a otros sistemas de relaciones laborales especialmente
dinámicos y virtuosos. Pero no es así, porque no implica un incremento de las
tasas de ocupación, sino una sustitución de trabajadores a tiempo completo por
trabajadores a tiempo parcial. Puede decirse que el incremento de los contratos
al que se asiste últimamente se explica solo en términos de aumento de los
contratos a tiempo parcial. O incluso más: si se dejaran de considerar éstos,
se habría perdido empleo neto en nuestro país. Es decir, se ha sustituido
trabajo típico por trabajo atípico, precario y mal retribuido.
Hay algo paradójico y difícil de explicar, que es
la coincidencia temporal entre mayor incidencia del trabajo a tiempo parcial y
mayor brecha en la ocupación entre hombres y mujeres. Puede apreciarse que el
empleo masculino ha repuntado un 70 por 100 más que el femenino y que el paro
femenino ha disminuido menos de la mitad que el masculino. La conclusión es
obvia: aunque se haya incrementado el trabajo a tiempo parcial de las mujeres,
el que ha subido mucho es el de los varones. Y, si ha disminuido el desempleo
debido al incremento de la parcialidad de la jornada y, a la vez, se ha
sustituido trabajo a jornada completa por parcial, resulta evidente que ha
emergido un trabajo a tiempo parcial involuntario y de mala calidad. Es decir,
el que se diseñó legalmente en diciembre de 2013, con una reforma muy fuerte e
injusta del empleo atípico. Que, por otra parte, provoca consecuencias muy
desfavorables en términos de discriminación indirecta por razón de sexo, como
ya puede apreciarse.
La diferencia entre el mercado de trabajo español y
otros más eficaces es obvia: en éstos, en etapas recesivas se pierde poco
empleo pero se incrementa el trabajo a tiempo parcial involuntario. En el
nuestro –al menos en la situación actual- se pierde mucho empleo en crisis y se
crea empleo de muy baja calidad cuando la coyuntura mejora.
El desempleo decrece porque disminuye el número de
personas demandantes de empleo. Es decir, porque crece la ocupación, pero
también por otros motivos con mayor incidencia real. Principalmente, porque se
ha reactivado una emigración económica, sobre todo de demandantes de primer
empleo con cualificación, que van a desarrollar fuera trabajo cualificado o no
cualificado. Y también porque, al extinguirse la cobertura de desempleo –que ha
alcanzado porcentajes inaceptables por lo bajos que son-, desaparecen los
vínculos formales con los servicios públicos de empleo. Es probable que en todo
ello exista un repunte del trabajo informal, pero hay que aludir, como causa
fundamental, a la falta de expectativas laborales, sobre todo de que la
población joven encuentre un trabajo decente.
Y la pobreza de la población activa y pasiva. Los
efectos de una reforma de Seguridad Social –la del PSOE de 2011- muy agresiva
con las rentas más bajas y con los trabajadores más vulnerables. La propia
falta de protección por desempleo aludida, insuficientemente paliada con el
salvavidas del Decreto-ley de diciembre 2014. También, las consecuencias de la
reforma del PP de 2012, en términos de fuerte rebaja salarial y deterioro de
las condiciones de trabajo. Todos estos factores, unidos a la debilidad de la
recuperación macroeconómica –que no de la economía real- producen que las desigualdades se ceben en las capas de la
población débiles, cada vez más amplias.
Este relato describe, en justicia, la realidad.
Solo la defensa política de la acción de gobierno permite afirmar que la
reforma de 2012 ha servido para algo. Las reformas estructurales del mercado de
trabajo “flexibilizadoras” solo han valido, desde hace mucho tiempo, para
generar más dualidad, precariedad e inseguridad. Como la última, que solo se ha
diferenciado de las anteriores por tener mayores ínfulas y ser más agresiva.
Por fortuna, los operadores jurídicos poco a poco la van poniendo en su sitio,
pese a la defensa política que de ella ha hecho el Tribunal Constitucional.
Jaime Cabeza Pereiro
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Os comentarios son benvidos neste blog, xa que o seu obxectivo é ser un punto de encontro e de diálogo co autor. Podes deixar a tua opinión, que pode non coincidir coa miña, pero sempre con cabeza. Os comentarios destructivos ou que falten ó respecto dos participantes no blog serán eliminados.