Traduzco libremente el editorial
de The Guardian de ayer. Lo del jueves ha sido, indudablemente, un mensaje de esperanza.
Aunque sea casi imposible que se organice un gobierno alternativo al de los
conservadores. Y aunque los nuevos compañeros de viaje de Theresa May sean los
desagradables unionistas norirlandeses. La primera ministra y, sobre todo, el
Partido Conservador, han quedado lo suficientemente heridos como para que nada
vuelva a ser como antes.
El eslogan del conservadorismo
compasivo no ha sido creíble. “Conservadurismo compasivo” es un oxímoron en UK
desde los años ochenta. Que se lo pregunten a los trabajadores y a los
desempleados británicos. Solo la incomparecencia de un Partido Laborista
genuinamente social, como ha sucedido desde los años noventa, ha provocado el
abultado resultado de Mr. Cameron en 2010 y en 2015, sin que la mayor talla
moral de Gordon Brown pudiera evitarlo. La desregulación de los gobiernos
tories ha sido y seguirá siendo salvaje, radical y carente de escrúpulos. Por
mucho menos pija que quiera ser Theresa May que David Cameron o George Osborne.
Si Mrs. May dimite y llega a primer ministro el payaso de Boris Johnson, las
cosas serán más o menos igual.
Pero la House of Commons ha dado
un vuelco. La diferencia de escaños en favor de los Conservadores se explica en
gran parte porque han conseguido arrebatarle no pocas constituencis: a los del SNP de Nicola Sturgeon. Hace poco se decía
en Escocia que había allá menos MP conservadores que osos panda –de estos había
dos, en el zoo de Edimburgo-. Pero los conservadores escoceses viven en un país
distinto de Inglaterra y son de otro perfil. No creo que aplaudan un Brexit
duro ni tampoco se entusiasmen con el impuesto a la demencia. Como tampoco creo
que el MP de Chelsea o el de Wimbledon sean tan arrogantes como lo eran el
miércoles. Es decir, prefiero un gobierno conservador debilucho que uno
prepotente. Eso será bueno para la UE, pero sobre todo será bueno para UK.
Con todo, la gran noticia es el
avance sin paliativos del Partido Laborista de Jeremy Corbyn, sustentado en el
voto joven y en la sociedad civil organizada. La prensa convencional –por supuesto,
la española más que ninguna otra- seguirá insultando como “populistas” a
aquellos políticos opuestos a la des-regulación, a la privatización y al
desmantelamiento de los sistemas de protección social. Es populista el Partido
Laborista porque se dirige a la mayoría, no a unos pocos, como expresa el
eslogan de su programa. Porque quiere subir los impuestos de las clases más
favorecidas, proteger a los trabajadores y a los pequeños autónomos,
desarrollar unas infraestructuras más armónicas, promover una economía
sostenible, retornar a la esfera pública servicios básicos como el agua,
correos o, en parte, la red de transportes, o articular medidas de protección a
las zonas más despobladas. Todo esto es populista, en apariencia.
No creo que ahora quien sea
arrendatario e 10 Dowing Street se atreverá a profundizar en la legislación
antisindical de 2016, promover con entusiasmo los zero hours contracts o perseguir a los beneficiarios de las medidas
de acción social. Espero que hayan quedado
suficientemente escaldados estos presuntos liberales sectarios que solo creen
en el liberalismo cuando no se trate de la sociedad civil que pueda organizarse
contra ellos. Entretanto, nos tocará asistir a una larguísima época de
conservadurismo languideciente, como fue el de John Major de los noventa. Él
fue prudente porque bien sabía que finalizaba un ciclo. Espero que quien ahora
lidere el Reino Unido lo sea también. Más tarde, estará el laborismo, pero no
el de Tony Blair, sino aquel en el que se volcó siempre el Trade Union Congress
y al que algunos quisimos hace unos cuantos años.
El resultado del jueves ha sido
muy bueno para Europa. Tal vez los escoceses tengan que dejar de lamerse las
heridas y trabajar con los Laboristas y con los Liberales por una europeización
de UK, sea cual sea la mejor forma de promoverla. Ahora son suficientemente
fuertes para eso y para condicionar muy duro, en defensa de los trabajadores y
de los desempleados, al Gabinete que se entienda con Bruselas.
Mi modesta alegría es que Hull de
nuevo es laborista. No, Beverley, pero eso sería casi milagroso. Ahora es
mediodía en el Saturday Marker de mi pequeño pueblo inglés, que tanto añoro.
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