23 feb 2014

TAN VIOLENTAMENTE DULCE




Hoy comí en casa de mi madre, así que pude pasar un rato revolviendo en la parte de atrás de las estanterías, donde se acumulan los libros que no caben, y me reencontré con el libro de Cortázar sobre Nicaragua, casi treinta años más tarde. Llevo días pensando en que ya hace treinta años que se ha muerto y ahora recuerdo que ese libro me lo leí en una noche, con la impresión del adolescente recién conocedor de esa noticia. Me he pasado un par de horas releyendo algunas cosas y he vuelto a disfrutar de su innegociable coherencia moral y de su inmensa fuerza descriptiva. Es un libro de denuncia, pero un libro bonito, que además, visto en 2014, pone de manifiesto toda la maldad estructural de la USA de los años ochenta.

Por el medio, tuve oportunidad de visitar alguna que otra vez Centroamérica –por desgracia, no Nicaragua- y comprobar cómo era y de algún modo sigue siendo el patio de atrás y la colonia de USA, y, en particular, de la United Fruit Company. Pero, también, de enterarme de la progresiva degradación del sandinismo con el títere en el que hoy se ha convertido Daniel Ortega. Cuando Cortázar y Ernesto Cardenal defendían la revolución sandinista, era evidentemente una causa justa, propia de otros años en los que la geopolítica era distinta. Cuando no sería posible concebir como “progresista” a un gobierno peronista o a uno como el que se engendró en Venezuela a partir de 2002.

Ha pasado mucho tiempo. USA ha dejado de ser la mala-malísima y algunos sentimos una gran repugnancia por la Rusia de hoy y algo de mayor proximidad con EEUU. Ya podemos decir “yankees también” como gritábamos hace un cuarto de siglo que algún día diríamos. Hoy ya no tienen sentido los movimientos revolucionarios latinoamericanos. Pero lo tuvieron, y mucho. Cuando uno relee “Nicaragua tan violentamente dulce”, piensa que volvería a amar la revolución sandinista, si se repitieran las circunstancias. Aunque haya perdido algo de pasión por la comunidad de Solentiname, todo aquello tuvo mucho sentido. Siguen existiendo Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, y eso no es poco.

Hoy Julio Cortázar seguiría escribiendo de política. Seguro que se mantendría autoexiliado de esta Argentina cutre de hoy en día. Que denunciaría las políticas coloniales que siguen padeciendo muchos países de la tierra. Y la violencia, que se ha desplazado a otras partes del planeta, pero con intereses parecidos a los de antes. Pero se murió cuando Reagan aborrecía la dignidad de Nicaragua, conseguida con el triunfo de 1979. Y su evidente apoyo al Frente Farabundo Martí del Salvador, como era lógico, razonable y justo. Como ironía del destino, hoy gobiernan ambos países Daniel Ortega y Mauricio Funes, pero ninguno de los dos es precisamente un revolucionario, aunque el de El Salvador es un digno político progresista.

Tras hojearlo de nuevo, no es un libro tan viejo. Es la misma denuncia del colonialismo económico que hoy persiste, multiplicado. La misma defensa de un pueblo pobre frente al expolio sistemático de los intereses económicos. Expresado con otras connotaciones históricas. Pero descrito con la fuerza expresiva de un genio de la literatura, como ya no existe ninguno, al menos con la misma altura de compromiso moral.

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